Por qué la dicotomía optimista-pesimista es un sinsentido
Recuerdo mis años en la universidad con mucho cariño, pero no sólo porque estudiaba cosas que en general me gustaban y me interesaban, sino también por lo bien que me lo pasaba con mis compañeros. Había uno de ellos que yo siempre le tachaba de pesimista porque tenía una cierta tendencia a ver la botella medio vacía y a pensar que si las cosas podían salir mal, era probable que salieran mal. Yo sin embargo era todo lo contrario, tendía a ver la botella medio llena y a pensar que si las cosas podían salir bien, saldrían bien. Era curioso vernos cuando nos enrocábamos cada uno en nuestra visión de la vida y nos “acusábamos” el uno al otro de nuestra posición existencial. Cada vez que él empezaba con su ramalazo “pesimista” y nos contaba que iba a suspender tal o cual asignatura, o que algún otro percance le iba a ocurrir, yo le decía: “Eres un pesimista”, a lo que él una vez me contesto: “Y tú un optimista. Pero sabes qué te digo, que un pesimista es un optimista bien informado”.
Supongo que en aquel entonces no le di mayor importancia al comentario y seguí con mi tendencia a ver la botella medio llena. Sin embargo, por el motivo que sea, esa frase se quedó grabada en mi memoria, mucho más que las cientos y cientos de cosas que tuve que estudiar y que hoy, en su gran mayoría han quedado como posos en el saco del olvido. En aquella época no podía yo imaginar que mi vida iba a tomar el rumbo que luego tomó, y que el pensamiento y cómo lo enfocamos iba a ser algo de lo que acabaría escribiendo y enseñando. Quizá, en lo profundo de mí algo ya atisbaba y por eso ese comentario que quedó grabado en mi memoria y cómo se hace una Transformada de Fourier (una herramienta matemática para el tratamiento de señales de telecomunicaciones) ha pasado al olvido.